Mi padre me dejó en herencia el mejor bien que se pueda imaginar: el buen humor. Y, ¿quién era mi padre? Claro que nada tiene esto que ver con el humor. Era vivaracho y corpulento, gordo y rechoncho, y tanto su exterior como su interior estaban en total contradicción con su oficio. Y, ¿cuál era su oficio, su posición en la sociedad? Si esto tuviera que escribirse e imprimirse al principio de un libro, es probable que muchos lectores lo dejaran de lado, diciendo: «Todo esto parece muy penoso; son temas de los que prefiero no oír hablar». Y, sin embargo, mi padre no fue verdugo ni ejecutor de la justicia, antes al contrario, su profesión lo situó a la cabeza de los personajes más conspicuos de la ciudad, y allí estaba en su pleno derecho, pues aquél era su verdadero puesto. Tenía que ir siempre delante: del obispo, de los príncipes de la sangre...; sí, señor, iba siempre delante, pues era cochero de las pompas fúnebres.
Bueno, pues ya lo saben. Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando veían a mi padre sentado allá arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el tricornio ribeteado de negro, por debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la que representan al sol, no había manera de pensar en el luto ni en la tumba. Aquella cara decía: «No se preocupen. A lo mejor no es tan malo como lo pintan».
Pues bien, de él he heredado mi buen humor y la costumbre de visitar con frecuencia el cementerio. Esto resulta muy agradable, con tal de ir allí con un espíritu alegre, y otra cosa, todavía: me llevo siempre el periódico, como él hacía también.
(...)
Ahora bien, por el periódico puede pasear cualquiera; pero vengan conmigo al cementerio. Vamos allá cuando el sol brilla y los árboles están verdes; paseémonos entonces por entre las tumbas, Cada una de ellas es como un libro cerrado con el lomo hacia arriba; puede leerse el título, que dice lo que la obra contiene, y, sin embargo, nada dice; pero yo conozco el intríngulis, lo sé por mi padre y por mí mismo. Lo tengo en mi libro funerario, un libro que me he compuesto yo mismo para mi servicio y gusto. En él están todos juntos y aún algunos más.
(...)
Cuando suene la hora de encuadernarme con la historia de mi vida y depositarme en la tumba, poned esta inscripción: «Un hombre de buen humor».
Ésta es mi historia.
Extracto de "Buen humor" de Hans Christian Andersen
¿Te cuento un secreto, Amio?
ResponderEliminarMe encanta pasear por los cementerios...recuerdo especialmente los de Estambul, los de París...
los que acompañan a estas pequeñas iglesias de pueblos castellanos y de Galicia...
Al final todo se resume en "nació tal día"... "murió tal día".... entre estes dos instantes suele haber un historia en cada uno de los nichos digna de ser contada.... ¡que lástima que casi todas sean anónimas!
ResponderEliminar¡Cachis, cómo suena esta entrada, Amio!
ResponderEliminarSea lo que sea, me alegra el que alguien pueda mantener su sentido del humor.
¡Buen fin de semana!
Pondremos lo que tú quieras... pero no hay ninguna prisa
ResponderEliminarEl romanticismo de Andersen encaja muy bien con los cementerios, le iría bien la música de su coetáneo Liszt (los Funerales)
ResponderEliminarhttp://youtu.be/o2ezfA93jA8
Siempre veo a Andersen con la cara de Danny Kaye: buen humor por partida doble.
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