domingo, marzo 25, 2012

Náufragos

Tenía una idea bastante sombría de mi condición, pues me hallaba náufrago en esta isla, a causa de una violenta tormenta, que nos había sacado completamente de rumbo; es decir, a varios cientos de leguas de las rutas comerciales de la humanidad. Tenía muchas razones para creer que se trataba de una determinación del Cielo y que terminaría mis días en este lugar desolado y solitario. Lloraba amargamente cuando pensaba en esto y, a veces, me preguntaba a mí mismo por qué la Providencia arruinaba de esta forma a sus criaturas y las hacía tan absolutamente miserables; por qué las abandonaba de forma tan humillante, que resultaba imposible sentirse agradecido por estar vivo en semejantes condiciones.
Pero algo siempre me hacía recapacitar y reprocharme por estos pensamientos. Particularmente, un día, mientras caminaba por la orilla del mar con mi escopeta en la mano y me hallaba absorto reflexionando sobre mi condición, la razón, por así decirlo, me expuso otro argumento: «Pues bien, estás en una situación desoladora, cierto, pero por favor, recuerda dónde están los demás. ¿Acaso no venían once a bordo del bote? ¿Por qué no se salvaron ellos y moriste tú? ¿Por qué fuiste escogido? ¿Es mejor estar aquí o allá?» Y entonces apunté con el dedo hacia el mar. Todos los males han de ser juzgados pensando en el bien que traen consigo y en los males mayores que pueden acechar.

Daniel Defoe - Robinson Crusoe


Visto en: Tejados junto al cementerio de Bonaval - Santiago de Compostela

BSO: The Island - La isla - por Hans Zimmer (BSO Fools of Fortune) 18minutos espectaculares

sábado, marzo 17, 2012

La gran biblioteca


Mi padre me dejó en herencia el mejor bien que se pueda imaginar: el buen humor. Y, ¿quién era mi padre? Claro que nada tiene esto que ver con el humor. Era vivaracho y corpulento, gordo y rechoncho, y tanto su exterior como su interior estaban en total contradicción con su oficio. Y, ¿cuál era su oficio, su posición en la sociedad? Si esto tuviera que escribirse e imprimirse al principio de un libro, es probable que muchos lectores lo dejaran de lado, diciendo: «Todo esto parece muy penoso; son temas de los que prefiero no oír hablar». Y, sin embargo, mi padre no fue verdugo ni ejecutor de la justicia, antes al contrario, su profesión lo situó a la cabeza de los personajes más conspicuos de la ciudad, y allí estaba en su pleno derecho, pues aquél era su verdadero puesto. Tenía que ir siempre delante: del obispo, de los príncipes de la sangre...; sí, señor, iba siempre delante, pues era cochero de las pompas fúnebres.


Bueno, pues ya lo saben. Y una cosa puedo decir en toda verdad: cuando veían a mi padre sentado allá arriba en el carruaje de la muerte, envuelto en su larga capa blanquinegra, cubierta la cabeza con el tricornio ribeteado de negro, por debajo del cual asomaba su cara rolliza, redonda y sonriente como aquella con la que representan al sol, no había manera de pensar en el luto ni en la tumba. Aquella cara decía: «No se preocupen. A lo mejor no es tan malo como lo pintan».

Pues bien, de él he heredado mi buen humor y la costumbre de visitar con frecuencia el cementerio. Esto resulta muy agradable, con tal de ir allí con un espíritu alegre, y otra cosa, todavía: me llevo siempre el periódico, como él hacía también.
(...)
Ahora bien, por el periódico puede pasear cualquiera; pero vengan conmigo al cementerio. Vamos allá cuando el sol brilla y los árboles están verdes; paseémonos entonces por entre las tumbas, Cada una de ellas es como un libro cerrado con el lomo hacia arriba; puede leerse el título, que dice lo que la obra contiene, y, sin embargo, nada dice; pero yo conozco el intríngulis, lo sé por mi padre y por mí mismo. Lo tengo en mi libro funerario, un libro que me he compuesto yo mismo para mi servicio y gusto. En él están todos juntos y aún algunos más.
(...)
Cuando suene la hora de encuadernarme con la historia de mi vida y depositarme en la tumba, poned esta inscripción: «Un hombre de buen humor».

Ésta es mi historia.


Extracto de "Buen humor" de Hans Christian Andersen


lunes, marzo 05, 2012

Maleza y Alambradas

Algunas cosas habían ido sucediendo. Las divisones estaban moviendose. Iba a haber una maniobra. Un batallón marchó sobre la colina y paró a descansar junto a la carretera. Habían dejado las trincheras a tres días de marcha hacia el norte y llegaban a una nueva comarca.
Los oficiales sacaron sus mapas; una suave brisa los sacudió; ayer había sido invierno y hoy era primavera; pero una primavera en medio de una desolación tan completa y extensa que solo se sabía de ella por ese suave vientecillo. Segun el calendario, era primeros de marzo pero parecía que el viento soplase desde las puertas del mes de abril. 

El comandante del pelotón, sintiendo la suave brisa, olvidó su mapa y comenzó a silbar una melodía que subitamente le trajo el viento desde el pasado. Desde el pasado y desde el Sur le trajo una canción veraniega de gentes sureñas. Casualmente, uno de aquellos que percibieron la melodía la reconoció. Un oficial, que estaba sentado cerca, la había oído cantar en unas vacaciones hacía mucho tiempo en el Sur.


"¿Dónde escuchaste esa música?" preguntó al comandante.

"Oh, muy muy lejos de aquí" respondió el comandante del pelotón.
No recordaba exactamente donde fue donde la había oido, pero le recordaba un día soleado en Francia, una colina oscura de pinares, y un hombre bajando a la tarde de los montes hasta el pueblo, cantando esa canción. Entre el pueblo y la pendiente había huertos en flor. El bajaba cantando un largo camino entre los huertos.
"Oh, muy muy lejos de aqui" musitó.

Por un rato permanecieron en silencio.

"A lo mejor no estaba tan sumamente lejos de aqui" dijo el comandante. "Era en Francia, ahora que me acuerdo, pero era en una parte adorable de Francia, todo montes y huertos. Nada parecido a esto, gracias a Dios" y miró con ojos cansados a la inexpresable desolacion circundante.

"¿Donde era?" dijo el otro.
"En Picardy," dijo.
"¿No estamos ahora en Picardy?" dijo su amigo.
"¿Lo estamos?" dijo.
"No lo se. Los mapas no lo llaman Picardy."
"Era un excelente lugar, de todas maneras" dijo el comandante "Siempre parecía que había una luz maravillosa en las colinas. Una especie de hierba corta crecía en ellas y brillaba con el sol del atardecer. Por enciam había bosques oscuros. Un hombre solía bajar de ellos cantando al ocaso."

Miró cansado a la parda desolación de la maleza. Tan lejos como los dos oficiales alcanzaban a ver no habría otra cosa que pardas malas hierbas y pardos pedazos de alambre de espino. Volvió de la desolada escena a sus recuerdos.
"Él bajaba cantando a través de los huertos hasta el pueblo" dijo "un pintoresco viejo lugar con extraña arquitectura, llamado Ville-en-Bois."
"¿Sabes donde estamos?" dijo el otro.
"No" dijo el comandante del pelotón
"Lo suponía," dijo "¿no deberías haber echado un vistazo al mapa?"
El comandante alisó su mapa y fatigadamente se tomó el tiempo necesario para saber donde era que estaba.
"Dios mío!" dijo "Ville-en-Bois!"

Traducción libre de Weeds and Wire (Maleza y Alambradas)
perteneciente a Tales of War (Cuentos de Guerra)
de Lord Dunsany  (Edward John Moreton Drax Plunkett, XVIII Barón de Dunsany)


BSO: Green Fields of France - Los verdes campos de Francia - Dropkick Murphys

El video
es un buen complemento a este texto.