Roma, año 63 a.C., tras numerosos e infructusoso intentos de Lucio Sergio Catilina por hacerse a toda costa con el puesto de cónsul, en una sesión del Senado en el Templo de Júpiter, este fué interpelado por Cicerón en el primero de sus discursos que pasaron a la Historia como Catilinarias:
Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?
Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet?
Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?
¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?
¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?
¿Cuándo acabará esta desenfrenada audacia tuya?
No hay día en los ultimos tiempos que no comience con estas frases al repasar la prensa a la hora del desayuno.
El actual episodio del ventilador no es más que otro más en esta escalada.